No será la primera vez que te hable de lo importante que es para mi la recreación de sabores y con ellos, el rescate de recuerdos de otros tiempos.
Cuando era pequeña, mi madre, por encargo, compraba unas cajas que venían con 24 rosquillas de yema, que siempre ponía encima del mueble del salón, más que nada por el espacio que ocupaba. Era tan fácil como poner una silla para alcanzarla y bajar con cuidado la caja completa para poder llevarte una a la boca. Quien dice una, dice cuatro. Mis hermanos y yo acabábamos con la caja y esperábamos a que las trajeran de Alange, si mal no recuerdo, de nuevo. Desaparecían como por arte de magia, vamos no llegaban nunca a ponerse duras.