Cuando era pequeña, pasábamos algunos domingos en la casa de campo de mis abuelos. Cuando venían mis primos de fuera, nos salíamos a explorar y nos metíamos, imprudentes, en un coto vedado de caza. Allí nadie cazaba, o al menos teníamos la suerte de que no lo hicieran mientras invadíamos el terreno.
El caso es que allí había mil historias por escribir, desde saltar la valla hasta cruzar un riachuelo consiguiendo que nos mojáramos lo menos posible. Otra era pasar por los zarzales y coger moras y comerlas a puñados. Cierro los ojos y recuerdo esos momentos de manos manchadas como testigo de nuestros encuentros como los zarzales, como si fuera hace 5 años, pero han pasado unos cuantos, bastantes, más. Read More